10 junio 2013

Poetas del Sur por Rolando Gabrielli [3]

Integración Cultural de América latina y el Caribe - Sur [*][3/4]

El Sur que sabe de lo que hablo y de estos misterios, Juan Gelman, bandoneón porteño, con Martín Fierro de José Hernández, Borges y la ciudad eterna, Lugones, Enrique Molina, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Oliverio Girondo, Roberto Juarroz, y tantos más, en el vicio inexcusable de la palabra, que es raíz, camino, identidad.

La palabra porteña, desgarrada en el tango, la poesía del movimiento, convertida en dolor —consuelo, anécdota, olvido, sueño, simplemente la vida. Sur... paredón después / Sur... una luz de almacén. Cielo Sur, Mar Sur, Tierra Sur... Desde Uno de tus patios haber mirado / las antiguas estrellas, / desde el balcón de la sombra haber mirado / esas luces dispersas / que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar. Es 'El Sur' de Borges.

Alejandra Pizarnik, gaviota azul, degollada por su propia mano, anclada en el coágulo de la noche, inclina la cabeza de trigo del Sur, le abre un margen al poema. Mira la página en blanco, bajo sus pies en París, junta con sus largos dedos la noche, el sueño deshidratado, un hilo negro que mece el tiempo, minutos de arraigo y abandono, la balanza inútil de la aurora, un pájaro picotea el cuerpo, el poema es ala y nido, tiene casa en ti amigo lector.

Mario Benedetti, en la bisagra del Plata, Juana de Ibarbourou, telón de fondo y el Conde de Lautréamont, Isidore Ducasse, montevideano que cambió la poesía conLos cantos de Maldoror. Quizás el más oscuro y luminoso pa(i)saje poético de un nuevo universo en el lenguaje de la poesía, enigma, temblor, príncipe negro de las letras. Un feroz, inmortal aullido. Su única esperanza, morir con el verbo. Se sopló en el aire a los 24 años de edad. Un pasaje siempre inédito, entre Montevideo y París, la mano que haló el viento de la poesía.

Perú, Vallejo que le dijo al poema en cholo, a la palabra, el verbo, todavía —intraducibles espumas—, César Moro, José María Euguren, Carlos Germán Belli, y los jóvenes que vienen bajando y subiendo el verbo por los senderos ruinosos del Perú. La piedra rueda, hermano y es verbo.

Está retratado el Virreynato con su boato, el sacrificio de la sangre, la catedral erguida entre la arena, el polvo de Lima, camino del Inca que crece en millares de pies, el sol más alto que la luz del hombre, nadie alcanza el sueño de los habitantes del Cusco, la piedra es lo único seguro en la sombra. Una momia virgen santifica las nieves eternas. La cruz se lleva al Inca, pieza de oro del Reino de España, y lo baña con las sagradas escrituras de la muerte. La muerte es un lujo dorado, una pieza maestra del conquistador. Dejó para siempre la palabra araucana. Muchos más recogieron la raíz de ese verbo ensangrentado, húmedo, vital.

Extraño fenómeno este de la poesía chilena, la más al Sur del Sur austral, el confín del fin, y el verbo viene de la araucanía, con el paje real Alonso de Ercilla y Zúñiga, poeta de la guerra, del canto, del testimonio de la conquista y del reconocimiento del terco conquistado inconquistable.

La palabra se hizo tormento, y no hubo estación que no trajera dolor, el precio de más de tres siglos de guerra, corriendo la sangre por el Sur de un río sin fin. Roja la huella invasora.

En esas tierras salvajes, arrinconadas por el tiempo, la geografía y la sobrevivencia, se originó Chile, Chili, fin de mundo, el último ruido del planeta, el hondo suspiro de una araucanía que se niega aún a morir. Respira el Canelo y la Araucaria aún se yergue en los acantilados, en algún risco olvidado del Sur, donde afortunadamente no llega la mano del hombre. Viajera la palabra en el Sur del verbo crece bajo esos troncos que silban con el viento las canciones ordinarias de esos días sin tiempo. [*] Rolando Gabrielli - escritor poeta chileno

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